Conjuntura

Crónicas desde la posverdad

Javier Fañanás

Director de proyectos y consultor en The Skeye

 

 

Empiezo por reconocer que me encanta el tema posverdad o, como bien dice su definición en Wikipedia, mentira emotiva en que los hechos objetivos tienen menos influencia que las apelaciones a las emociones o las creencias a la hora de crear y modelar la opinión pública. El término se ha popularizado en la era Trump pero no hay que darle a tan insigne prócer el mérito de su invención; es más, muchos otros gobiernos y empresarios y medios de comunicación y hasta tus hijos han utilizado la posverdad desde hace décadas.

La palabra posverdad fue elegida palabra del año 2016 por el Diccionario Oxford, gran honor a la altura de otras como emoji o selfie, y es asidua de tertulias y columnas de prensa al referirse a las políticas de Trump o al Brexit, o a algunos aspectos de la política nacional y autonómica cercana. Pero el hecho de que no supiésemos como se llamaba no quiere decir que no lo hayan usado antes: ¿Alguien se acuerda de las armas de destrucción masiva? ¿O de la gestión de información después del 11-S? ¿Y de la autoría del 11-M, cuando casi nos convencen de que había sido ETA?

Retomando la definición con que abría este artículo, la palabra clave es mentira: por mucho que lo adornemos y que lo repitamos una mentira no se debería convertir en verdad. Los medios de comunicación nos bombardean cada día con informaciones donde cuesta mucho diferenciar entre verdadero y verosímil; el hecho de que cada vez dispongamos de menos tiempo para leer artículos de prensa, sino que lo dedicamos a surfear por un sinfín de webs donde mayormente leemos los titulares, hace que estemos mucho más expuestos a los efectos de lo verosímil. Concluimos que algo que aparente ser verdad es más importante que la propia verdad. En este momento, ¿puede alguien decirme si está lejos la propaganda y la manipulación?

Hay una infinidad de ejemplos y no quiero ser prolijo ni aburrir al querido lector vacacional, pero no puedo dejar de comentar un aspecto que ligo con una de mis columnas anteriores: ¿Cuántas veces hemos oído que nuestras pensiones están garantizadas? Los hechos parecen desmentir esta afirmación (pirámide demográfica, fondo de reserva, niveles de empleo y de contribución promedio, etc) pero creemos la versión del gobierno basado en el análisis efectuado por la parte no racional de nuestro cerebro, la que nos visualiza cobrando una pensión digna (no necesito mucho!), en buena forma física (solo los demás cumplen años), tumbados en una playa no abarrotada (viajo cuando quiero) haciendo tiempo para pegarme un homenaje gastronómico (el Omeprazol viene de serie en el sueño).

Siento decepcionarte si crees que esto se reduce a la política o a los medios de comunicación (y propaganda). En tu entorno familiar tus hijos utilizan (probablemente) las mentiras emotivas con regularidad y tú haces como yo: prefieres no investigar porque es más cómodo no saber toda la verdad y tener que tomar acción. Sé que esto es una simplificación y que se refiere a las mentiras piadosas o a las light, pero ¿es acaso muy diferente de lo que hacemos con la posverdad en mayúsculas?

¿Y qué pasa en tu empresa? Ese director general que repite como un mantra su interpretación de una actuación de un empleado que os cae mal para convencer a su equipo directivo y a ti, Director de RRHH, de la conveniencia de un despido a pesar de su buena trayectoria hasta la fecha, ¿está manipulando o está abusando de la posverdad? ¿Hay diferencia? Y cuando adapta los datos de mercado y difumina algún hecho financiero para vender a los empleados la buena marcha de la empresa porque eso redunda en la motivación...¿es posverdad u otra cosa? La línea entre verdad, verosimilitud, manipulación, mentira emotiva y mentira pura y dura es tan fina que asusta. Espero que no contribuyamos a crear una falsa moral que nos permita justificarla en función de las circunstancias para tranquilizar nuestra conciencia: ¿distraer cinco euros en tu liquidación de gastos es una chiquillada pero distraer diez mil es robar? Yo, personalmente, como directivo y a medida que me hago más mayor, abogo cada vez más por llamar a las cosas por su nombre sin autoengañarnos.

Ahora que la RAE ha aceptado "iros" (inciso: a ver cuando acepta esa alternativa tan aragonesa como es "veros" que suele ir acompañada de "a cas...") quizás podríamos engendrar otro neologismo que defina ese estado en el que me han bombardeado con la posverdad, pero me doy cuenta, y lo acepto y no hago nada por oponerme. Ya tenéis algo importantísimo que hacer este verano que os rebajará del servicio obligatorio de cargar con todos los bártulos y perseguir niños por la playa.