Management

Lecciones de California

En este país, y lo digo por experiencia propia, buscamos demasiado rápido las soluciones sin tener claro el problema

Franc Ponti

Profesor de innovación en EADA Business School

El desconcertante sociólogo francés Jean Baudrillard, en su libro "América" afirmaba que la cultura norteamericana era primitiva. No es de extrañar que recibiera las más enconadas críticas por tamaña aseveración. Sin embargo, una lectura atenta de su texto nos invita a buscar significados paralelos. Más que una sociedad primitiva se trata de una cultura con mayores dosis de ingenuidad que, por ejemplo, la europea. Pero esa ingenuidad, lejos de ser un problema, les permite pensar en grande y lograr sueños (quizá de entrada alocados) que parecen imposibles en otras latitudes.

En efecto, el Silicon Valley sigue siendo uno de los emplazamientos del planeta donde es posible que los sueños se conviertan en realidades: coches voladores, bicicletas sin conductor y un largo etcétera. Mucho se ha escrito sobre el caldo de cultivo que favorece que ese lugar sea el ecosistema de innovación más potente del mundo: universidades líderes, capital-riesgo, buen clima, espíritu emprendedor desbocado, movilidad laboral, aires de libertad...

Unas semanas en California me han ayudado a comprender algo mejor algunas de las claves de sus éxitos en innovación. Es sabido que ésta es una sabia combinación de dos elementos: creatividad y disciplina. Algunas culturas, muy disciplinadas, son acaso poco creativas, y al revés. Encontrar ambas cosas no es evidente.

La creatividad es amiga de la ingenuidad. Diversos estudios científicos así lo avalan. Los expertos no acostumbran a descubrir grandes cosas. Sólo la mirada atrevida, desacomplejada y transgresora es capaz de ver lo que nadie ve. Para innovar hay que desaprender. No hay nada tan pernicioso para la creatividad que el ego y el menosprecio por las ideas de los demás.

Pero, además, hay que tener disciplina. Una buena idea no es nada sin método y paciencia. La innovación no es el producto de una idea individual brillante sino del trabajo lento y colectivo de un equipo cuyos integrantes se escuchan y respetan. Además, la innovación surge de la capacidad de empatía con los usuarios, los auténticos expertos. ¿Cuantas ideas acaban en la papelera por no habernos molestado en hablar con sus incumbentes?

Quizá por todo esto la metodología del Design Thinking es originaria del Silicon Valley y está extendiéndose, como un tsunami benigno, por todo el planeta. Es un método ganador, sin ser ninguna panacea, porque combina a la perfección ingenuidad y disciplina. Cinco son sus estrategias: empatizar con el usuario, definir el problema según su perspectiva, idear de forma atrevida y disruptiva posibles soluciones al problema, prototiparlas para buscar feedback y finalmente testearlas para comprobar si realmente funcionan.

En este país, y lo digo por experiencia propia, buscamos demasiado rápido las soluciones sin tener claro el problema. Ya lo decía Einstein: "si tengo un problema, suelo pasar cincuenta y cinco minutos reflexionando sobre él y cinco minutos meditando la solución".