RRHH

Andamos escasos de paciencia

Javier Fañanás

Director de proyectos y consultor en The Skeye

 

 

Para muchos clientes, la principal ventaja de Amazon vs Aliexpress era la recepción casi inmediata del bien comprado; tu cerebro genera la necesidad, lo buscas en internet, te convences de que ese nuevo artilugio es poco menos que vital para tu vida, lo pides y probablemente te llega mañana. Perdón, te llegaba porque parece que hay cada vez más artículos que te llegan con unos dramáticos dos o tres días, plazo tan insoportable que te hace cuestionar si vale la pena comprarlo. Antes bromeábamos con los plazos de entrega de las webs chinas y la ilusión que te hacía recibir un producto que no recordabas haber pedido, equivalente a hacerte un regalo a ti mismo; ahora, cuestionamos, y muchas veces caemos, pagar un poco más para la recepción express. En la era de la inmediatez hemos sustituido la paciencia (los millenials y Z's no saben quien era Job) por la recompensa disfrutada ya. Me vienen a la cabeza los tests de Mischel sobre la recompensa inmediata en niños o la fuerza de voluntad, y como existía correlación cuarenta años después entre la elección en aquel momento y su desempeño en otros campos.

Puedes encontrar un centenar de artículos resaltando esa característica de las nuevas generaciones en el entorno laboral, cómo cambian de trabajo porque no se cumplen sus expectativas a corto plazo, cómo no les importa incluir en su currículum saltos entre trabajos que en otros momentos hubiésemos juzgado como inadecuados y que harían prever un candidato poco estable y con nula resiliencia. Ahora es habitual y ya nos hemos acostumbrado a no juzgarlos por ello sino a evaluar si el puesto que ofrecemos se adaptará a sus competencias personales. Es equivalente a invertir la carga de la prueba.

Aquí me viene a la cabeza una anécdota de una reputada headhunter que estaba reclutando un experto para una entidad bancaria muy reconocida, con el atractivo de residir en Barcelona frente a una de esas ciudades tópicas donde siempre llueve y no se ve el sol, para un trabajo que suponía un salto en su carrera, y ella me manifestaba incrédula cómo el candidato le había pedido que le enamorara con la propuesta; podría interpretarse como seguridad en sí mismo o como arrogancia, o como ser consciente de su talento y recordar que en ese pulso el candidato tiene la sartén por el mango.

No recuerdo si lo fichó finalmente. Sois muchos los que me comentáis la complejidad del mercado actual y me contáis anécdotas parecidas que siempre acaban con una referencia a la inmediatez y la velocidad con que debe desarrollarse el proceso; muchas empresas han acortado plazos a base de realizar tests iniciales y un panel de entrevistas recortado, tan breve como sea posible para intentar mantener el candidato caliente y que no se desmotive por la lentitud y acepte una oferta de otra empresa que ha ido más rápido. ¿No estamos desvirtuando un poco el proceso y jugando a la ruleta rusa? ¿Cuántas veces respondes de forma vaga sobre el rendimiento de una incorporación a los pocos meses y reconoces que igual se te pasó una característica personal que igual no encaja en tu empresa, pero que en aquel momento no había tiempo para más entrevistas o pruebas y había que tomar una decisión?

Pero dejadme ir un poco más allá. ¿Es esa falta de paciencia una característica solo de los jóvenes que intentamos atraer? Pues yo creo que no, creo que cada vez las organizaciones son más nerviosas y, con la excusa del entorno VUCA (o BANI), tomamos decisiones rápidas y no siempre bien meditadas. No voy a caer en el tópico de los entrenadores de fútbol por demasiado manido; tan solo te pido un paso atrás en el entorno que conoces y una reflexión sobre esa impaciencia en:

  • Toma de decisiones: antes nos aconsejaban un poco de reflexión ("dormir" la decisión) pero ahora no hay tiempo porque el mundo se hundirá si no la tomamos hoy. Sí, el mercado es más dinámico, quedarse quieto significa perder, pero eso no debería implicar una toma de decisiones mesiánicas
  • Estrategias cortoplacistas, que confundimos con un plan de acción o con la táctica. Estrategia y corto plazo en la misma frase es un oxímoron
  • La cuenta de resultados y las acciones correctoras para cumplir el compromiso con los accionistas, decisiones globales sin personalizar en función de la geografía o el negocio local (¿os acordáis de cuando decíamos que el mundo era glo-cal?), sacrificando el medio plazo por conseguir resultados inmediatos. Seguro que has dejado de pintar tus tuberías aun a riesgo de que se oxiden y sea peor después.
  • La gestión de Recursos Humanos, con menor influencia de formación y desarrollo de empleados, parcelas relacionadas con el futuro no inmediato. Si te valoran por los resultados anuales de la encuesta de satisfacción no debería extrañarnos que te dediques a gestionar el lanzamiento de confeti.
  • La cultura de compañía, que debería ser una referencia estable, no inmutable pero tampoco volátil, sin cambios frecuentes en los mensajes o en las prácticas porque afectará a la moral y sembrará dudas.
  • El desarrollo y lanzamiento de productos. Ahora todos creemos que somos unos Steve (Jobs) o Elon (Musk) de la vida y ponemos plazos imposibles que descansan en los hombros de unos Project Managers que saben positivamente que no los van a cumplir.

Por tanto, la falta de paciencia no es una característica exclusiva de los Z y parece que todos nosotros contribuimos a una gestión más nerviosa de nuestras empresas. Y si a eso sumamos la impaciencia propia de los jóvenes nos encontramos con situaciones incómodas en la gestión diaria, situaciones en las que tendemos a dar soluciones tradicionales que chocan con las expectativas de nuestros empleados más jóvenes, situaciones en que parece que es la empresa quien tiene que resolver problemas totalmente achacables al empleado.

A título de ejemplo, imagínate que instauras un teletrabajo con unas normas determinadas e intentas que sean respetadas por todos los departamentos para asegurar homogeneidad sin privilegios; ya hemos visto alguna situación en que te ves obligado a hacer excepciones (un esguince fuerte de tobillo...), normalmente buscando un beneficio para ambas partes. Pues bien, imagínate que el empleado se queda sin coche durante un mes o dos, da igual la causa: ¿deberías permitirle teletrabajar el 100% de su tiempo en ese periodo? ¿Y si decide irse de vacaciones a la playa y le gustaría prolongar su estancia un mes? ¿Y si cierran la guardería un mes por obras y no tiene con quién dejar al niño? Desde mi punto de vista todas estas circunstancias no son achacables a la empresa y esta no tiene beneficio alguno con la concesión del teletrabajo; al contrario, genera precedentes y no cumple con el objetivo de presencia en la empresa, con la relación con sus compañeros, con esos intangibles que el trabajo presencial da, por lo que la primera reacción es rechazarlo.

Pero aquí nos encontramos con la incomprensión del afectado, muchas veces con su jefe como aliado, y la sospecha de desmotivación con la amenaza implícita de buscarse la vida en otra empresa que sí sea sensible a las vicisitudes de cada empleado. Quizás soy un carca del Pleistoceno, pero creo que es el empleado quien debe buscar soluciones a su problema, como hemos hecho toda la vida, sin cargar a la empresa con la búsqueda de la solución aun a riesgo de crear agravios comparativos, que a ellos no les importa porque el problema que hay que solucionar es solo el suyo. Y si no hallan una solución pues tendremos que encontrar un formato mixto, siempre abiertos a hablar, etc, etc, etc... pero esto lo digo con la boca pequeña porque soy consciente de que encontraremos cada vez más razones para atender este tipo de peticiones, disfrazadas siempre en la bandera de la conciliación, del compromiso con la empresa, de la mejora de la encuesta de satisfacción, etc, etc, etc.

Me he desviado un tanto del nudo de este artículo, la impaciencia, pero todo forma parte del mismo cóctel cultural, nuevo para todos nosotros, que quizás deba hacernos reflexionar sobre la cultura de compañía que nos gustaría instaurar, de cómo nos adaptamos lenta pero inexorablemente a los nuevos tiempos, de la velocidad de los cambios que propiciamos para adoptar modelos más abiertos y atractivos, pero menos controlados en el sentido tradicional del término.

No se trata, por tanto, de tener más o menos paciencia (que ya os anticipo que seguiremos escasos de ella en el futuro próximo) sino de ser conscientes de ello y tomarlo como una oportunidad para inducir a la acción, para acortar plazos, para crear dinamismo. No he visto la paciencia como una competencia clave o un valor en ninguna empresa, sino más bien una característica cultural de cada una, y allí hay de todo, pero puedo aventurar que muchas veces recriminas a tu jefe que no esté sobrado de ella. Y no lo está. Tú sí, ¿no?