Eloy Pardo Ex banquero y líder de una banda de rock

“Los mayores drogadictos no están en el mundo del rock; los conocí con traje y corbata”

“Lo que eres es un tesoro. Hay que vincularlo con lo que haces”

Eloy Pardo ha visitado a los alumnos del MBA de la Universitat Rovira i Virgili. FOTO: XAVI JURIO.

Con motivo del 25 aniversario del MBA de la Universitat Rovira i Virgili (URV), un ex banquero muy singular ha visitado el campus Sescelades para hablar a los futuros master de coherencia, del sentido profundo del éxito y la necesidad de 'desnudarse' ante el espejo para tomar decisiones. La suya, formar una banda de rock, no fue fácil: "Yo estaba en la dirección general de un banco ultraconservador. Sabía que iba a ser complicado de asumir, pero al final me pareció que las consecuencias de no lanzarme eran mucho más graves que las de desarrollar mi vocación, así que me lié la manta a la cabeza y aquí estoy".

Roberto Villareal / Tarragona

¿Qué consecuencias le acarreó su faceta de rockero?

No todo el mundo lo entendió, obviamente, y mucho menos en el mundo y en el nivel en que yo me movía. Para muchos me había vuelto completamente loco; para otros, era una locura transitoria, algo que no encajaba... sin embargo, se me abrió el telón a la realidad de la vida y de las personas. Creé un vínculo estrecho con gente que creía alejada, y con mucha gente cercana fue al revés. No me quedó un solo amigo en mi entorno profesional, era como un apestado y se separaban de la infección. Fue interesante abrir la cortina.

¿Le influyó la imagen tan negativa de la banca?

Cuando yo retomé mi proyecto musical, me acababan de nombrar director general y era el momento del boom. España iba bien, como un gigante con pies de barro, pero íbamos lanzados. No había tiempo para nada, yo  trabajaba 16 horas diarias. Era complicado compaginar ambas facetas, pero salió la ilusión del niño que quería ser músico. Yo entonces no lo sabía, pero no se había llegado a apagar nunca.

Explíqueme su receta para estirar el tiempo.

Yo llegaba de Madrid o de donde fuera a las 11 de la noche, pasaba por casa en una visita rápida y a las 12 estaba ensayando hasta las 2, para luego levantarme y a las 7 volver a estar en el banco. Lo hice durante bastante tiempo. Cuando tienes mucha ilusión por algo, sacas fuerzas. De joven parece que puedes hacer de todo, y de mayor, que no hay tiempo para nada. Es falso; me demostré a mí mismo que el concepto tiempo también es relativo. Tener la sensación de falta de tiempo es una forma de pobreza.

¿No le afectó en su rendimiento como banquero?

En absoluto. Siempre digo que fui mucho mejor banquero desde que volví al rock. Mis resultados más brillantes llegaron porque era feliz y me sentía a gusto, más equilibrado y con la cabeza más asentada. Me hizo mejor persona, y mi eficacia profesional, lejos de truncarse por estar distraído, ganó muchos enteros. Fue justo lo contrario. Esa asepsia afectiva típica de la banca, el estrés insano, la sensación de nunca llegar... Desde que tuve una válvula de escape para la que había que encontrar tiempo por narices, -por ejemplo, si alquilas un estudio para grabar, no puedes fallar-, vi que había otro camino.

¿No le preocupó la edad para 'empezar a volver'?

Nunca es tarde. Yo empecé a volver con 50. Hay que olvidarse del 'si ahora pudiera volver a empezar' que escuchas tantas veces como si una vida está amoritizada, y librarse del peso del 'qué dirán'.

¿Qué opinión tiene de la 'moda' del coaching?

Para mí lo más positivo es el incentivo a reflexionar. Yo doy charlas e intento que la gente reflexione, les aporto una serie de herramientas porque creo que la mejor ayuda es que cada uno se mire en el espejo. Al final sólo uno mismo es el que mejor puede decidir qué le conviene. Es brutal la fuerza interior que tenemos; el tema es descubrirlo, creérselo y actuar.

¿Hay 'puentes' escondidos entre el rock y la banca?

Claro, aunque pueda sonar extraño. Yo tuve la fortuna, -no me gusta la palabra suerte, soy de los que piensan que te debe pillar trabajando-, al incorporarme al mundo bancario de llevar en la maleta algunos valores que me fueron de enorme utilidad. Una banda de rock es compañerismo, lealtad, ilusión, mucho trabajo, equipo, responsabilidad en los ensayos y en los conciertos... Aprendí el concepto de líder -no hay jefes-, como una posición, una forma de ser y estar, no un nombramiento. Me sirvió muchísimo en mi desarrollo bancario, fue un elemento intrínseco a mi forma de ser que me ayudó mucho a crecer rápido.

¿Y al revés?

Cuando profesionalmente tenía un status elevado y volví al mundo de la música, incorporé lo que había aprendido en la banca, que era orden, disciplina, metodología, objetivos... vectores que no se suelen dar, y eso me ha permitido también, dentro de mi modestia, tener cierta repercusión. Son dos mundos antagónicos, pero más complementarios de lo que parecen a simple vista.

Usted encarna un buen mix...

En banca casi todo es racional, en base a algoritmos, a números, a cuadros... buscar el equilibrio y dejar un hueco a las decisiones emocionales es muy interesante. No sabes nada de empresa hasta que no has visitado mil; tampoco sabes de riesgos hasta que pateas la calle y conoces a las personas... Yo fui jefe de riesgos y me impusieron máquinas inteligentes de scoring para tomar las decisiones; pues bien, nunca la morosidad se había disparado tan rápido como en esa etapa.

¿Alguna vez se ha planteado quién sería de haber seguido su camino a las alturas?

A veces me preguntan si conozco a muchos drogadictos en el mundo del rock. Yo, los mayores adictos a las drogas duras, los conocí con traje y corbata. Con esto quiero decir que creo que me hubiera dado un telele, probablemente. De hecho, me dio uno pequeñito, sin consecuencias graves. Como muchos otros, hubiese acabado mal de salud, y de espíritu también. Lo he visto en otros como yo, al igual que los entrenadores, entras por la puerta grande y sales por la pequeña. Si sólo te has dedicado a eso, el vacío es enorme; cuando se acaban el poder, la retribución... sólo queda vacío.

¿Qué opina de la incapacidad para conciliar en nuestro país?

Lo tenemos mal. Los horarios son infumables, somos improductivos y ejemplos de calentar la silla. No tengo esperanza de que la solución llegue de las empresas. La revolución debe llegar desde abajo: primero cumplamos los horarios, y yo entono el mea culpa porque he potenciado las horas extras sin retribución. Ya no hablemos de las madres...

Laboralmente, las nuevas generaciones valoran más esos intangibles...

Estoy de acuerdo, lo veo en mis hijos. La mentalidad es radicalmente distinta, pese a que hablamos de una generación que lo tiene muy complicado. En cuestión de trabajo, la mejor de las últimas tres o cuatro ha sido la mía. Nuestros hijos tienen más acceso al conocimiento pero menos al trabajo. Aunque también les estresa menos, saben lo que quieren y lo luchan.

¿Cree que la inteligencia artificial, al eliminar tareas rutinarias, supondrá una liberación creativa?

Ahora mismo no lo veo así, sino con cierta preocupación. No como Howkings, que creía que -para evitar la extinción- sólo nos queda la esperanza de que las máquinas nos consideren mascotas. Mis ideas invitan a la resistencia: no abandonéis, que la decisión irracional sólo la puede tomar un ser humano.

¿Cómo valora la preponderancia de las carreras técnicas?

Llevada al extremo, nos conduce a una sociedad incompleta. El dar cauce a las expresiones más íntimas, más artísticas... Me cuesta entender que vaya desapareciendo todo eso. Asusta un poco. La gente no debe olvidar quién es, qué lleva dentro. Debe existir una relación estrechísima entre lo que eres y lo que haces. Que no te lo impongan porque la autenticidad es un tesoro.

El niño que quería ser músico

Volvió a la música hace algo más de diez años, después de tres décadas sin tocar una sola nota. Logró pactar una prejubilación -tiene ahora 62- y está retirado de la banca desde hace tres. Su trayectoria profesional arranca en 1975 en el Banco Exterior, pasa por Argentaria y el Banco Español de Crédito hasta llegar al Grupo March como responsable de inversiones y riesgos y donde a mediados de la década de 2000 se convierte en director general. Durante diez años compagina su rol en las alturas de la banca con su alter egorockero, Still Morris. Pardo había tocado de jovencito y dejó la música con 21 años para coger lo que llama "el tren de la vida", lo políticamente correcto: trabajo, familia... "Me dediqué a un oficio que me gustaba, aunque suene como un bicho raro, y que me llegó a apasionar incluso... se me daba bien y crecí profesionalmente muy rápido". Treinta y dos años después, bajo el impacto emocional de la pérdida de dos amigos muy cercanos, no pudo resistirse a entrar en una tienda de instrumentos en cuyo escaparate lucía, muy rebajada, una imponente guitarra eléctrica... Al colgársela por vez primera, algo se despertó dentro de él. "Me planteé si era un buen momento, no para volver a empezar pero sí para empezar a volver sobre los pasos antiguos, a retomar mi pasión por la música desde niño, porque yo de pequeño ya quería ser músico".