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Elogio de la cultura 'woke'

Javier Fañanás

Director de proyectos y consultor en The Skeye

 

 

Ahhhh... ¿que no sabes qué es la cultura woke? No te avergüences de ello; en cuanto leas un par de párrafos te darás cuenta de que es una de esas cosas que no sabías que se denominaba así pero que reconoces todos los síntomas porque los ves en los medios de comunicación, en tu trabajo, en la política, con tus hijos adolescentes, en la publicidad, en todos los lados en definitiva. El término woke viene del inglés, como no, y se traduce por despierto; el origen es estadounidense, inicialmente en la comunidad afroamericana de final del siglo pasado y sobre todo principio de este, siempre relacionado con activismo social y que se nutre de luchas por la justicia racial o la igualdad de género, y más recientemente por inclusión y equidad; todos conocemos movimientos como MeToo o Black Lives Matter, u otros que nos conciencian sobre la importancia de luchar contra el cambio climático. ¿Cómo no estar de acuerdo con estos principios? En la actualidad el término ya ha superado la comunidad en que se inició (y que tenían sólidas razones para pedir a sus miembros que estuviesen bien despiertos y atentos) y tiene una concepción más abierta y define a personas o grupos activos socialmente en la lucha contra la discriminación o la desigualdad, sensibilizando en cuestiones de marginación, opresión, abuso, etc.

Vale, entendido, y casi todos de acuerdo. Entonces, ¿dónde está la polémica para que este escribidor reclame vuestra atención sobre el tema? He leído el término en la biografía de Elon Musk escrita por Walter Isaacson (recomendable si tenéis paciencia y no os asustan los libros gordos), y me ha llamado la atención el activismo anti-woke que se le achaca a Musk, sus razones, su actividad, el impacto en su núcleo familiar, y me ha obligado a profundizar, y a reflexionar. El hecho de que exista algo que comienza por anti- implica que existe un grupo numeroso que teme el predominio de esa cultura, en este caso por dogmática y polarizadora, ya que le achacan intolerancia a otros puntos de vista y censura que conduce a un pensamiento único. A estas alturas de mi vida defender valores como la libertad de expresión me suena a broma de cámara oculta, o reclamar que hay que respetar el pensamiento crítico con ideas políticas que no coinciden con las mías, o poder manifestar abiertamente la opinión de que, estando de acuerdo con el principio rector, se está yendo demasiado lejos en la aplicación de políticas de inclusión o diversidad o igualdad, a estas alturas digo que algo estamos haciendo mal si tenemos que recordar cuáles son algunos de los principios básicos de nuestra sociedad occidental y humanista. Espero haberlo dejado lo suficientemente ambiguo como para no posicionarme (a ver si van a pensar que soy anti y me ponen un cordón sanitario) pero lo suficientemente explícito para que reflexionemos sobre situaciones que se dan a diario en la vida política o judicial.

Estamos asistiendo a simplificaciones maniqueístas que, aireados por los medios de comunicación afines, se convierten en verdades irrefutables que, en caso de osar contradecir, colocan la opinión del antagonista fuera del redil democrático, por hilarlo suave. ¿Si estoy de acuerdo con una medida propuesta por un partido con el logo verde me convierto automáticamente en un facha y mi opinión pasa a carecer de valor? ¿Si critico una medida gubernamental en materia de igualdad me convierto en punta de lanza de un machismo retrógrado? ¿Si aplaudo una decisión del gobierno en materia de inmigración me convierto en un peligroso izquierdista, aliado de Putin y por tanto invasor de Ucrania? Seamos serios; muchos de nosotros no somos fachas, ni machistas ni putinistas, pero tenemos opinión propia y nos gusta tener la oportunidad y la libertad de expresarla abiertamente, y no solo on aquellos más próximos con quienes nos sentimos cómodos y protegidos. En cierta forma, me recuerda aquellos tiempos en el País Vasco en que solo se comentaba de política con los afines, o más recientemente en Cataluña.

Sí, la cultura woke puede acarrear censura o intolerancia, en el extremo del dogmatismo, conceptos con los que no me alineo, sea en estos temas o cualesquiera otros. Pero no estar alineado no me convierte en anti, ni mucho menos. Puedo defender los principios de igualdad en el trabajo pero no estar de acuerdo con las políticas emanadas del ministerio, o con el famoso Excel que calcula de forma sesgada la brecha salarial, o con el uso del lenguaje inclusivo que estamos llevando a extremos ridículos, y eso no me convierte en anti nada ni modifica mi postura básica a favor de ese movimiento en pos de la igualdad.

Esta cultura, muy presente en nuestros millenials y generación Z, está cada vez más presente en nuestras empresas y en la forma en que nos dirigimos a nuestros empleados y a nuestros consumidores, muchos de ellos en la misma franja de edad que tanto nos condiciona. Y nuevamente percibimos que cada acción es una moneda de dos caras si se extrema cualquiera de ellas; ahí van unos ejemplos, y espero que asientas cada vez que te veas identificado:

  • Cambios en la comunicación y marketing: Las empresas han ajustado su comunicación y estrategias de marketing para reflejar los valores woke y evitar ser percibidas como insensibles o fuera de contacto con las preocupaciones sociales. Fijaos que no se trata de ser sensibles sino de no ser percibido como insensibles. ¿Has lanzado productos eco, bio, o similar sin un nicho de mercado? ¿Has cambiado las bolsas de plástico por papel que, como todo el mundo sabe, viene del aire y es un recurso infinito (modo ironía on)?
  • Responsabilidad social corporativa, con mayor escrutinio de las políticas comerciales y medioambientales, y de recursos humanos en temas salariales, de inclusión, etc para no dañar la reputación y condicionar negativamente a los compradores de nuestros productos . No sé si conocéis algún caso de empresa que tiene un salto olímpico entre lo que pregona en sus políticas y lo que practica realmente.
  • Políticas laborales activas que promuevan un entorno de trabajo con valores woke, sobre todo entre los más jóvenes, que puede conllevar rotación mayor o dificultades para atraer candidatos. Esto puede derivar en un sesgo indeseado que privilegie la pertenencia a cierto grupo sobre la meritocracia, o que fomente la discriminación inversa. Me viene a la cabeza una empresa que para conseguir la paridad en el Comité de Dirección está promocionando a mujeres siempre, fichando externamente solo mujeres para esos cargos y ampliando el número de directores.
  • Cambios en la forma en que nos dirigimos a empleados y sus representantes, y no solo me refiero al lenguaje sino también al contenido. Ellos, a su vez, se ven obligados por las mismas circunstancias a defender posiciones extremas, y esto crea polarización innecesaria, sobre todo porque cuando hablas con ellos off-the-record reconocen un pensamiento parecido al tuyo.
  • Gestión de las redes sociales corporativas, tanto internas como externas, proyectando una imagen pulcra cual quirófano de hospital, todo políticamente correcto. Eso sí, los mismos que gestionamos esas cuentas nos enzarzamos al salir en polémicas e insultos en ese patio de recreo que ahora se llama X.

¿Cinco de cinco? Si dedicamos un par de neuronas encontraremos más ejemplos.

Un momento... ¿cómo he podido arrastraros desde un concepto superior que se manifiesta en movimientos como "Black Lives Matter" o "Solo sí es sí" al barro y la trinchera? Pues porque tenemos una capacidad innata para aumentar la crispación y polarizarnos, voluntariamente, en bandos irreconciliables en función de si nos gusta la tortilla de patata con o sin cebolla, a medida que trasladamos esos conceptos a la realidad diaria. Y lo más preocupante es que esos bandos nos posicionan en temas futuros sobre los que aún no tenemos opinión porque estaremos con los nuestros, reforzando un muro defensivo contra la ultraderecha, los putinistas, los no-indepes, o contra quien sea.

Y para que quede claro, yo abogo y defiendo los principios de esa cultura woke, principios que nos hacen progresar como sociedad; sin embargo, me repatea y chirría cuando como consecuencia de su desarrollo aparece la intolerancia, la censura o el frentismo. Vamos a comportarnos como adultos, vamos a hablar y a discutir en el sentido anglosajón del término, vamos a respetar al que no piensa como nosotros, démosle una oportunidad de expresarse, abrámonos a más medios de comunicación y no solo al de cabecera para admitir una pluralidad de puntos de vista, porque el enemigo común es quién nos manipula y nos enzarza en ese frentismo irreconciliable.

Y me he resistido hasta aquí para no hacer la broma fácil entre la cultura que da título a este articulo y esa sartén para cocina asiática. ¿A que lo habías pensado?