Tribuna

No dé la espalda a su mando

Aunque como máximos responsables detentemos la potestad de tomar la decisión final, conviene tener presente que una línea de mando intermedio sin nuestro respaldo actuará como una vieja cafetera con el filtro inutilizado

Salvador Martínez

Consultor en Organització, canvi cultural i RRHH

Algunos de mis aprendizajes más significativos se produjeron en una pequeña empresa familiar como adjunto a la dirección general, que en realidad estaba ocupada por el propietario del negocio. Una de las vivencias que más nítidamente recuerdo, de aquel tiempo, me enseñó la importancia de apoyar a un mando intermedio.

Mi mano derecha, el supervisor de servicios, tenía la misión de alcanzar los estándares de calidad y rentabilidad que le exigíamos desde la gerencia. Como cada cual es de su padre y de su madre, entre los operarios había todo tipo de talentes, comportamientos y variabilidad de compromiso. Aquel mando intermedio se quejaba especialmente de uno de los trabajadores, un joven de conducta algo errática que solía ignorar determinadas directrices de la empresa.

Tras numerosos informes negativos sobre el empleado en cuestión, me reuní con el supervisor y el propietario para abordar la situación. Estuvimos de acuerdo en tomar una decisión drástica ante el incumplimiento reiterado del trabajador respecto a normas básicas, y especialmente porque no veíamos posibilidad de cambio actitudinal a medio plazo. Así las cosas, redactamos una carta de despido de no menos de cuatro folios, detallando las faltas graves, y citamos al interesado para comunicarle su desvinculación laboral.

A dicho encuentro con el operario acudimos el propietario, el supervisor y yo mismo, quien tuve que leer el escrito por indicación expresa del dueño. La reacción del empleado fue de angustia y ansiedad, hasta el punto de que -con lágrimas en los ojos- pidió clemencia al director general con el compromiso de cambiar a partir de ese momento. Fue una situación muy embarazosa en la que a los tres se nos encogió el corazón, pero la decisión estaba tomada de manera razonada... hasta que el propietario, sintiendo verdadera lástima por aquel joven, rompió el escrito de amonestación y le dijo: "Por esta vez te voy a perdonar, pero no habrá más oportunidades".

Acabada la reunión, el supervisor se acercó a mí para mostrar su decepción: "A partir de ahora no voy a perder tiempo ni esfuerzo con este trabajador. Me habéis quitado toda la autoridad ante la plantilla". Efectivamente, el propietario -con muy buena intención, me consta- dio otra bola de partido al empleado, pero -con mucha impericia- inhabilitó al mando que tanto había batallado con el díscolo.

Imaginemos otra posibilidad. El propietario nos pide al supervisor y a mí salir con él de la sala. Una vez fuera, nos sugiere que reconsideremos nuestra postura. Al entrar en la estancia de nuevo, dice: "Mi decisión firme era despedirte por causas bien justificadas, pero tu mando directo me ha pedido que te brindemos una última oportunidad. A él le debes la continuidad en esta empresa, pero voy a guardar la carta en el cajón. De ti depende que nunca salga de allí". Al no obrar de este modo, se desaprovechó una ocasión de oro para reforzar el papel del supervisor y hacer sentir al empleado que era su superior jerárquico inmediato quien le había salvado en el último momento. Por cierto, sepan ustedes que aquel arrepentidísmo trabajador no cambió en absoluto y, al cabo de unos meses, no hubo otra alternativa que invitarlo a salir de la empresa.

Es bueno recordar el difícil y duro papel que desempeñan los mandos intermedios en nuestras empresas, pues soportan una enorme presión proveniente de clientes y directores, pero también del personal que tienen a cargo. Aunque como máximos responsables detentemos la potestad de tomar la decisión final, conviene tener presente que una línea de mando intermedio sin nuestro respaldo actuará como una vieja cafetera con el filtro inutilizado. Que no pase como aquella tira de cómic de Quino donde un vendedor llama a la puerta y pregunta a Mafalda: "Buen día, nena, ¿está el jefe de la familia?, a lo que la niña responde: "En esta familia no hay jefes, somos una cooperativa", y le cierra la puerta en las narices al comercial. Permítanme este modesto homenaje a uno de los autores que más me ha enseñado sobre la esencia del ser humano. Descansa en paz, Quino.