Management

Adaptarse o morir

Salvador Martínez

Consultor en Organització, canvi cultural i RRHH

No deja de sorprenderme la liviandad con la que se trata un asunto de crítica importancia para cualquier empresa como es su cultura organizacional, dicho en otras palabras, los patrones de comportamiento que un grupo de personas comparten para solventar sus problemas de adaptación externa e integración interna. Ya nos enseñó el experto en la materia, Edgar H. Schein, cómo las premisas y conductas que funcionan a través del tiempo se considerarán válidas y, por consiguiente, serán inculcadas a los nuevos miembros como la manera correcta de percibir, pensar y sentir frente a los problemas y retos que deba acometer el mencionado grupo.

Tuve un profesor de sociología del trabajo que gustaba poco del vocablo "cultura" aplicado a las empresas. De hecho, recuerdo cómo se retorcía en su silla el día que comentamos mi trabajo de campo sobre Hewlett Packard (Sant Cugat). En su opinión, hablar de cultura en relación al conjunto de creencias, conductas, normas, valores o significados compartidos en una empresa era como estirar un chicle hasta el límite. Lo que me parece innegable, independientemente del nombre que le pongamos, es la existencia de una fuerza invisible que dota de carácter propio y peculiar a cada organización.

A semejanza de la electricidad, la cultura no se pueda tocar y ver directamente, pero sus efectos se dejan notar con contundencia, e incluso virulencia, según los casos; de modo que ignorar este fenómeno es algo así como un suicidio organizacional, puesto que la cultura es tan terca como una mula que hará fracasar al líder más pintado si no la tiene en cuenta. Será absolutamente apremiante que dicho dirigente urda una estrategia eficiente para provocar los cambios necesarios, de lo contrario acabará sintiéndose como la mosca atrapada en la telaraña zurcida durante años por la propia historia de la empresa.

En una época donde se vocifera a los cuatro vientos la absoluta y perentoria tarea de digitalizar los negocios, observo -para mi sorpresa- que se pasa de puntillas por la espinosa cuestión de cómo transformar una cultura organizacional asentada. Hay quien piensa que el mero cambio tecnológico obrará el milagro de modificar las creencias básicas de la cultura empresarial en cuestión. Sin embargo, la realidad constatable es que muchos proyectos de transformación se estampan contra el muro de las maneras de hacer, pensar y sentir compartidas por un determinado colectivo. El acervo popular ya nos advierte que el hábito no hace al monje.

Vivimos un tiempo de recetas rápidas y estandarizadas que nos prometen soluciones prodigiosas, pero descifrar una cultura y -aún más difícil, por si fuera poco- intervenir, para impulsar los cambios precisos que aseguren la supervivencia, es una misión que requiere mucho conocimiento técnico, tiempo de dedicación y paciencia para regar los nuevos comportamientos hasta que sean robustos y provean aquello que necesitamos: innovación, nuevas formas de trabajo, libertad para arriesgar, asunción de retos individuales y de grupo, etc. El eminente Ralph Waldo Emerson dejó escrito que "La cultura es una cosa y el barniz, otra", es decir, no se cambia una cultura ni por decreto ni por el artículo 33, a no ser que confundamos sumisión con compromiso. Y, parafraseando a Unamuno, aquí no se trata de vencer, sino de convencer.

Hoy día es fácil copiar cualquier producto o servicio, por lo que la auténtica ventaja competitiva sostenible hay que buscarla en la cultura organizacional, la manera peculiar y única de hacer las cosas en una empresa. Sin duda alguna, eso es inimitable, pero reconozcamos que sirve tanto para lo bueno como para lo malo, pues no es menos cierto que la cultura presenta una resistencia numantina cuando se pretende modificarla. Las personas que detentan el liderazgo en una organización tienen la misión indelegable de cambiar la cultura de la empresa con el objetivo de asegurar la pervivencia, pues en caso de no adaptarse a nuevas circunstancias externas, ya sean de índole social, de consumo, político-legales, económicas u otras, ya podemos extender el acta de defunción. Como acertadamente asertó Kakuzo Okakura, "El arte de la vida radica en un constante reajuste a nuestro entorno".